¡No!
No me adapto a lo que no me hace feliz, a lo que me empequeñece o me ignora, a lo que me daña, a lo que me intoxica y me envenena.
¡No trago! Mi estómago se ha cerrado y ya no admite la bazofia ni las calorías vacías.
No me adapto a la falta de pasión, a la ignorancia, a la indiferencia, a la indolencia.
No me adapto a las apariencias ni al "bienquedismo". No me adapto a los supuestos roles que te presenta el mundo y a los disfraces que usa la gente.
No me adapto a lo que parece que está predeterminado, o que es así porque las cosas siempre han sido así, porque nunca fue de otra manera, y porque "una tradición es una ley".
No me adapto a la coacción de los fuertes, ni mucho menos a la disimulada manipulación de los débiles, ni a las ñoñerías perversas de los buenos: buenoides y buenistas.
Prefiero la verdad de los malos que no se esconden, que se muestran tal cual son. Eso me permite ver, verles, y me concede la posibilidad de responsabilizarme, de protegerme y de defenderme.
No me adapto al victimismo. No me adapto a tener que aguantar que me metan el dedo en el ojo, que me pisen el callo sin reaccionar porque son pobrecitos que lo han pasado mal, aunque el victimista lo utilice para demostrar que el mundo le hace mal, que soy “mala persona” por confrontarle y no jugar su juego.
Necesito distanciarme de las víctimas. No me adapto a su juego. Es muy peligroso. El que se presenta como víctima es realmente el agresivo con los demás. Quien se queja de lo malo que han sido él, está buscando un aliado no pretende salir de ahí, ni arreglar nada. Tan sólo quiere arrastrar a los otros a su estado y convierte a todos en culpables. Hace que aquellos que quieren ayudarlo también sean vistos como agresivos. Los que no se solidarizan con él son malos.
Una víctima es muy peligrosa: daña a todos.
No me adapto a los moralistas, los que no se atreven a manifestar abiertamente sus opiniones ni sus deseos, ni sus necesidades, que no corren el riesgo de pedir o de negociar, que encubren su pedir con “deberías” y juicios capciosos para dominar sin mojarse, imponiéndose por una moral personalista y egoísta porque no quieren exponerse a los desacuerdos, a no darles la razón o a recibir un “no” por respuesta.
No me adapto a los comodones que evitan el conflicto y la confrontación haciéndose pasar por bonachones. No me adapto a su mentira. No me adapto a las dulces máscaras de la tibieza acobardada por no tomar partido. “Dios no quiere a los tibios”.
No me adapto a la falsa fragilidad de las muñequitas de porcelana que encierran a un “Chucky” diabólico, ni a los narcisistas que habitan bajo una máscara de encanto y "estupendismo".
No me adapto a tener que comprender a quien no quiere tomarse el tiempo y el trabajo de comprender. No me adapto a enfermar por no responsabilizarme yo de mis necesidades.
No me adapto a la tiranía del pensamiento rancio, ni a las diversas formas en que quiere apropiarse de mi libertad: sentencias, creencias, comentarios, rumores, admoniciones, comparaciones, presunciones, prejuicios y moralismos. Ni a sus cobardes estrategias condenatorias de destierro y excomunión. Me agarro al pensamiento del gran Hermann Hesse:
"Quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo"
No me adapto a la mediocridad. Quiero arriesgarme a sacar de mi todo lo que pueda dar, a crecer hasta donde mi potencial me permita. Aunque las envidiosas vengan a recortarme. Aunque los enanos mentales, retrógrados mohosos y beatas reprimidas corran a difamarme.
No me adapto a la distracción, ni a la desconexión, ni al consumismo, ni al capricho. No quiero despistarme de mi vida, quiero tomarme la molestia de conocerme y de mejorarme a mí misma tanto como me sea posible.
No me adapto a la queja y el reproche, a esperar la solución desde fuera, desconectándome de mi alma. No me adapto a soltar mi poder para no coger mi responsabilidad. Quiero enfrentarme a mis culpas y a mis tropiezos, a las consecuencias de mi hacer o de mi no hacer. Para conectar con mi fuerza y gestionar mi libertad. Y aceptar y dejarte a ti la tuya de no gustarte o de rechazarme. Pero cógela y actúala tú, no esperes que haga yo lo que te corresponde a ti.
Tampoco me adapto a tener que ser fuerte por decreto, a no poder mirar mi vulnerabilidad, a través de la que me puedo adaptar al cambio. Quiero dar espacio a mi yo vulnerable y sensible, y al mismo tiempo no quiero dejar de usar mi fuerza y el coraje para enfrentar mis conflictos. Y ser permeable al amor. Y cuidarlo.
No me adapto a tener que luchar o competir, a lidiar por tener razón. No quiero pelear todas las batallas. En general prefiero tener paz. No me adapto a quien dice querer la paz imponiendo el dominio de su razón. No me lo creo. Eso es la guerra. Una paz a través de la victoria del ego donde siempre anida más guerra.
No necesito más bondad, sino más conciencia
Si algo de lo que soy y ofrezco te vale ¡Cógelo! ¡Hazlo tuyo y aplícalo a tu vida!
No me adapto a tener que recortarme. Quiero ser entera, emocionalmente sana para permitirme sentir y poner límites si los necesito, o evacuar lo que sea desechable. Para permitirme sostener desde "el Ser" o no tener que falsearme en "el parecer". Quiero estar mentalmente clara, para gozar de un buen discernimiento y estar atenta a lo que no me permite ser íntegra.
No me adapto a no dejarme transformar, sin empujar el rio que me lleva.
Necesito estar físicamente fuerte para poder crear en salud mi mundo. Necesito acoger mis emociones para impulsar mis procesos conscientes, remover los bloqueos y dar luz a mis puntos ciegos.
Necesito despertar y avanzar hacia un espíritu sabio, para poder sostenerme sin miedo en la Verdad que nos hace libres.
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